Por Mario Baldío
Advertencia: La letra
escrita en esta reseña (o receta?) es solo una metáfora creativa que no tiene
nada que ver con el pensamiento del autor.
Escuchar, dicen, es un fenómeno psicoacústico. Lo que entra
por las pailas se hace indisociable de lo que se cocina en la mollera. Lo que
pasa con Gabotril es, digamos, otra cosa.
Su música es un fenómeno psicoactivo. Lo que oímos es una
guitarra haciendo: “charrachachárrachachárrachachán!!”,
pero no estamos escuchando realmente, sino asistiendo a la aguardentosa,
balcánica y cocodrilezca boda gitana de nuestras polígamas neuronas.
No nos será posible escapar de esa sinestesia porque es algo más
que una sinestesia.
Se suspende la retórica del músico que vende un discurso, un
mensaje, una prédica escuálida que se hace humo entre los sordos alegres del
público.
Las canciones, mejor dicho, las “rolas” de Gabotril se
dislocan a sí mismas, no solo porque siempre se muestran hospitalarias a ser
interrumpidas por las palabras en tropel que él mismo suelta estrepitosamente, pues todo lo que dicen, antes de articular
algún sentido nos transportan, violenta, erótica y provocativamente a una situación
tan cruda como cualquier trasnochada esquina húmeda en algún oscuro callejón,
repleto de carcajadas, y al mismo tiempo tan surrealista como meter a la
juguera una película de Ed Wood, Alex de La Iglesia, Burton, Kusturica, Terry
Gillian, un cuadro de El Bosco, una obra de Jorge Díaz y… una lonjita de limón.
Una devota procesión de zombis espaciales recién bautizados,
un payaso triste intentando encender un cigarrillo después de un tumulto
rockabilly, un niño que espera a su mamá mientras ve a su abuelita cantarle a
Camiroagua, una que otra gárgola parada a las 3 de la mañana y todas las
muñecas taiwanesas que Barbie ni siquiera puede mirar a los ojos serían el
público ideal para Gabotril. Nosotros hacemos lo que podemos para estar a la
altura.
Hay ternura en la bravura, en un “Paréntesis fijo”; hay
crapulencia en la inocencia en “Confesión infantil”, y cuando suena: “Que no me
digan en la esquina! Que no me digan en la esquina!” se nos revela esa pesadilla
que alguna vez sonó en la radio cuando chicos, recordándonos la náusea y al
mismo tiempo la indignante celopatía patriarcal que se trivializa en los
programas de farándula y se tribaliza en el cálido amoblado pequeño-burgués.
“Dicen que…”: Una guitarra filosa, impropia, urgente
amenaza con despertarnos de nuestras cómodas butacas, haciéndonos mover
compulsivamente la patita como a un gato que no le parte la moto y chillar como
monos!
No, no es una
leyenda urbana. Que no se lo “digan en la esquina!” Que no se lo muestren
primero en Youtube…
Gabotril es un psicofármaco de acción
inmediata, y de efectos irreversibles. No se prive de la ingesta de su música.
Espléndida reseña, dos grandes de la letra en pleno vuelo.
ResponderEliminarGracias Miguel por tan luminosa pantalla.
Gracias a ustedes, mis queridos amigos gatunos.
EliminarFelicidades Mario y Gabo , son grandes!
ResponderEliminarguachito rico genio
ResponderEliminarExcelente Artículo Mario Baldío, y éxito en todo amigo. Grande!!
ResponderEliminarGracias por comentar por aquí.
Eliminar