lunes, 26 de marzo de 2012

LAUTRÉAMONT


“Arthur Cravan y Lautréamont… y si no hubiera podido tener esos amigos, ciertamente no me hubiera rebajado a consolarme con otros.”
Guy Debord.

Entre 1846 y 1870, un cometa cruzó el cielo entre Montevideo y París. Isidore Ducasse, el Conde de Lautréamont, fue una luz fugaz pero potente que encabezó en solitario una revolución en la literatura francesa y en la poesía mundial. Con un puñado de obras –sus “Cantos de Maldoror” y sus “Poesías”- encendió la mecha de una carga explosiva que detonó en la segunda década del siglo XX, cuando las vanguardias artísticas se tomaron por asalto los códigos y los espacios del arte burgués, derrotando a los policías encargados de custodiar la pureza académica de las artes. En esos años breves que comenzaron en 1846, Isidore Ducasse fue un sol negro que brilló en Europa, y cuyo fuego oscuro sigue allí, en sus escritos, dispuestos a deslumbrar a quienes se asomen ante sus fulgores de agujero negro destruyendo la materia más allá de su horizonte de eventos poético. Hoy los académicos y las revistas culturales, de vez en cuando le rinden honores a Lautréamont, como asimismo –y sólo en ocasiones- a los dadaístas y más comúnmente a los surrealistas. Pero el arte infernal de poetas malditos como Ducasse no se dejará mellar nunca por los cantos de ratas satisfechas que son los elogios de los poderosos, elogios cínicos que no reconocen la médula de poemas rebeldes que nunca se dejarán clasificar para enseñarse como simples deshechos del siglo XIX, como un ismo más. La poesía pasa de rebelde a rebelde, es iconoclasta, y ninguna clasificación ni estudio erudito le cortará la potencia de sus alas tenebrosas.
Sigue cantando Maldoror, más allá de la materia, entre el veneno y los astros. Tu poesía es un faro revolucionario que nos da la energía necesaria para seguir viviendo en estos días finales del segundo milenio, en medio de una sociedad podrida, dominada por el mercado y sus aduladores, donde la gran mayoría de la gente sólo mira el suelo y cada noche se encierra en sus casas, dándole la espalda al mar y al bosque, al espacio y su canción infinita.

1999.

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