 
 
Nyar  era muy pequeño cuando recién nos lo trajo Flavio. Recuerdo que lo traía en un bolso negro y al abrir la cremallera él asomo su cabeza al día del living de mi casa, con su curiosidad y su ruido peculiar llenando el ambiente. A los vecinos sólo los extrañó, pero lenta y sordamente, sistemáticamente, los fue horrorizando a medida que crecía, y en verdad crecía, tanto que lo tuvimos que trasladar al patio del fondo, y una mañana como todas, apartando el velo de los cantos de los pájaros, la señora Leticia salió al balcón del segundo piso de su casa, que domina nuestro patio, y gritó. Gritó al verlo y botó el macetero que siempre sale a alimentar con su regadera, diciéndole luego a todos que Nyar era el culpable de la muerte de sus pobrecillas flores. La cosa no quedó allí. A los vecinos se les ocurrió que Nyar salía de la casa y se comía a sus gallinas (desaparición que me consta, pues un día la Alejandra me hizo pasar a su patio para que viera que faltaban dos gallinas y de paso ad...