miércoles, 8 de enero de 2014

Como en Silent Hill


El fin de semana pasado, mientras conversaba por teléfono con mi amigo Mauricio, le comentaba lo del humo sobre Santiago y me decía que la ciudad ya se había convertido en Silent Hill. Celebré mucho esta ocurrencia suya, y me inspiró a escribir estas líneas.

A riesgo de parecer un nerd que predica su sabiduría a los neófitos, en ese lugar maldito llamado Silent Hill, cada cierto tiempo suenan unas sirenas que anuncian la llegada de la oscuridad, tinieblas que también fueron provocadas por un gigantesco incendio. Y ahí los habitantes deben correr y buscar refugio por su vida, ya que entre las nubes de cenizas, surgen unos seres infernales, que infringen castigos brutales a quienes encuentren a su paso. Y no  puedo dejar de aclarar que muchos de los habitantes de Silent Hill son todo menos inocentes.

Así que este miércoles de nuevo nos cubrió la nube oscura, y la gente volvió a sentir malestar en los ojos, narices y garganta. Y con mi amigo Mauricio convenimos en que sólo faltan las sirenas para que el parecido sea más sobrecogedor.

Y si alguien me dice que también faltan las fuerzas siniestras, las almas en pena y la culpa, me permitiría contestarle que esos elementos tienen residencia aquí, hace ya mucho tiempo.

Y esta noche, la mitad de una Luna amarilla brillaba sobre la ciudad, con sus presagios.

Bienvenidos a Silent Hill.

 

Miguel Acevedo.

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