La señora
Mercedes vive en el llamado casco antiguo del centro de Santiago. Cuando tiene
que salir a hacer algún trámite lejos de su casa, toma una micro o el metro. En
los buses de la locomoción colectiva, casi no puede sentarse, ya que los
asientos son muy altos. A veces prefiere el metro y anda buscando algún ascensor
o escalera mecánica, debido a que se cansa bajando o subiendo tantos peldaños.
Una vez en los vagones, anda esquivando a los lindos (y lindas) que se echan en
el suelo, para no tropezarse con sus largas piernas en el medio del paso de la
gente. Y no es raro que se deba conformar con viajar de pie, pues son pocos los
que le dan el asiento, o respetan los puestos reservados para minusválidos,
embarazadas y viejos. No falta el que duerme o se hace el dormido, el
estudiante sin ninguna empatía por los demás, y la solidaridad de género de las
mujeres más jóvenes que brilla… por su ausencia. Cuando anda por la vereda,
debe esquivar, con su paso lento, a los ciclistas y skaters que le pasan
rozando, teniendo más de alguna caída en la memoria y en sus huesos. Siempre
recuerda la ocasión en que pasó sin darse cuenta por una vía exclusiva, demarcada
dentro de la vereda para las bicicletas, y una muchacha le echó la bicicleta
encima y se detuvo para discutir violentamente con ella. Un hombre se metió en
la pelea, preguntándole a la exaltada señorita en que universidad estudiaba, y
como podía ser tan tarada como para discutir así con una señora mayor.
Y cuando no
anda esquivando vehículos en las aceras, debe lidiar con hoyos y adoquines en
mal estado, como el resto de las personas. Se entretiene mirando los mensajes
garabateados en las paredes de la ciudad. Algunos, frases y letras y nombres
ininteligibles. Pero ocasionalmente aparece una consigna política que le gusta,
o algún hermoso dibujo, perdido entre el gris urbano y la basura visual.
Cuando llega
a su casa, o cuando está todo el día en ella porque no hay ningún trámite que la motive a salir,
pasa mucho tiempo sola. Su hijo la visita tarde, mal y nunca. Le regaló un
computador, pero ella no tiene idea de cómo usarlo. A veces, su nieta le enseña
a ver correos electrónicos o videos de moda, pero como la mayoría de la gente
que conoce, no le tiene mucha paciencia. En varias oportunidades le han hecho
un e-mail, pero se complica mucho con el asunto y los deja de utilizar. Pasa
horas y horas frente al televisor, la caja idiota donde en ocasiones algún spot
de gobierno o alguna autoridad señala que somos un país que está envejeciendo,
siendo necesario preocuparse de los adultos mayores, todo dicho con la jerga
típica de los funcionarios públicos. Y luego, en el mismo canal donde los
periodistas seriamente asentían frente a la importancia de respetar a los
abuelos, dan un programa de farándula o un reality en el que cada diez minutos
utilizan como insulto y muletilla la expresión vieja culiá o viejos culiaos, lo
que provoca la risa de los miserables opinólogos y faranduleros.
En las
noches, no se acuesta muy tarde. Ya está en la cama antes de las 10 de la
noche. Y como está un poquito sorda, se salva de escuchar el jolgorio de unos
vecinos en un edificio nuevo levantado en la esquina, lleno de departamentos
comprados por profesionales jóvenes que llegaron a esa propiedad porque les
vendieron el humo de la vida barrial tradicional y en comunidad, comunidad por
la que no tienen ningún respeto. Pero sus sandeces y risas tienen sin cuidado a
la señora Mercedes, ya que la leve sordera le da la paz de no escuchar tanta
estupidez hasta bien entrada la madrugada.
Y vuelta a otro
amanecer más, otro día más en la ciudad de la guerra de mediana intensidad de
todos contra todos.
Este no es país para los viejos.
Miguel Acevedo
Querido amigo...¡De todo corazón creo que este el texto más hermoso que te he leído! No lo digo sin menospreciar los otros, que bien sabes me gustan mucho, sino porque pienso que en él se puede apreciar una verdadera evolución tuya como narrador. Dudo si es crónica o cuento, debido a la prosa poética que aquí usas y que me ha conmovido, pero sí te puedo afirmar que en este caso la historia que cuentas me parece tan potente, tan universal, pues escapa de todo localismo y de lo meramente anecdótico o destinado solo a un grupo reducido de lectores. Por otro lado, la crítica social de tus palabras, me lleva a la reflexión de una manera muy intensa y me hace pensar qué hago yo para hacer que este Chile sea un lugar mejor; no está más decir que me has hecho acordar de mi mamá y de cuanto debo atesorarla (es triste, hay tanta gente sola y en especial nuestros adultos mayores).
ResponderEliminarMi amigo, me alegra que esta crónica te haya gustado. Tiene de crónica y cuento, mucha observación, recuerdos y reflexiones.
EliminarGracias por comentar.