Comunicación unilateral
Así son las
cosas, hijo. Los puntos están puestos sobre las íes. Tú lo entiendes bien,
estoy seguro; somos gente adulta y nos entendemos. Ahora debes empezar a
desenvolverte con visión a un futuro éxito en el mundo. Sólo aterrizando puedes
lograrlo.
Las formas de
la oficina se mantienen rígidas y estables ante la inexorable mirada. Las
miradas de los dos hombres se cruzan y de pronto se derraman sobre el contorno
de los muebles, la del muchacho quiere saltar por la ventana. El cigarrillo
se contornea como un ebrio en la boca de su padre y crea formas abstractas, sin
ninguna estructura. El humo llena las paredes e irrita los ojos. El joven
asiente con obediencia; si padre; claro, papá.
Estamos de
acuerdo, pues. No más tonterías. No más años perdidos estudiando arte o
literatura u otros caprichos. Harás algo práctico. Tendrás trabajo aquí; no
necesito más personal, pero siempre habrá cupo para mi propia sangre.
La joven
cabeza asiente, pero no su contenido. Son movimientos reflejos, aprendidos en
todas las conversaciones con papá. El río de personas sigue avanzando
torrentoso afuera; es sólo cosa de asomarse por la ventana y ver el bloque
compacto y pútrido de gente, edificios grises derramando ventanas, empleados de
oficina, autos regalando generosos su humo, mujeres, lindas liceanas,
escaparates y un poco de cielo arriba para que recuerdes el smog.
Saldrás
adelante, estoy seguro. Tu madre no lo cree, pero las mujeres son así, nunca
confían en nosotros los hombres, que somos los que manejamos la buena marcha
del mundo. Pero cuando vea lo que rindes, estará de acuerdo conmigo. Así es,
hijo. Con dinero se construye el porvenir.
El muchacho
no está ahí, pese a verse tan rígido. Las clases son tan placenteras. El
profesor Ramírez es del uno, lee siempre mis poemas. Está también con su
polola, revolcándose con ella en la cama, sintiendo su exquisito cuerpo bajo el
de él.
Ahora todo lo
que compres será con tu fruto.
Claro, papá.
Siente que el sí papá todavía suena en la oficina. Sí papá, sí papá. Suena una
y otra, otra, otra vez. Rebota en el escritorio, en el archivador, el alfeizar,
su chaqueta. Salta por la ventana y se multiplica en todas las ventanas del
edificio del frente, y sale disparado hacia arriba y abajo.
Entonces,
está hecho. Se termina el semestre y chao universidad. Te vienes para acá, a
codearte con gente de trabajo.
Los sí papá
están occisos en su garganta. Le hacen cosquillas a su laringe esos cadáveres.
Se conforma con los espasmódicos movimientos de aprobación de la cabeza. Se
sienten los rumores de las otras oficinas; teclean en la máquina de escribir,
sorben café, apuran un cigarro. Alguien se mira en su espejo y se embadurna con
inútiles implementos. Una sombra suspira sobre una factura. Voces y rumores. El
joven imagina un monstruo con forma de hidra rematado en muchas cabezas de
cristal, que reflejan el rostro de su padre, recorriendo las dependencias.
Todo
perfecto, desde julio comienzas a trabajar aquí. Tu madre estará feliz, como
yo. Date este tiempo para olvidar los jueguitos artísticos y despedirte de tus
amigos y profesores. Nada de lloriqueos, jajá. Sé hombre.
Se levanta
del asiento y un frío apretón de manos adorna un instante la oficina. El humo
del cigarro se ha asentado ya en los pulmones. Así que para esto me querías,
papito. Sale de la oficina y del piso. Baja en un ascensor que no se digna a
dirigirle la palabra. Otro sí papá brota de uno de sus ojales. Cruza un pasillo
que se alarga en sus extremos, sale del edificio y se va a hundir en la masa
gris y compacta de la gente. Se mueve con las ondulaciones de los demás, sigue
el ritmo mientras las palabras vuelan de un lugar a otro. Sabe que,
secretamente, los edificios y las cabinas telefónicas y los kioscos se burlan
de él y su desgracia.
Camina por el
bandejón central de la Alameda, hasta que encuentra un escaño vacío y se sienta
ahí. Mira la luz del sol a través de las hojas de un árbol. Y comienza a
recorrer mentalmente los caminos que lo llevaron a esa cloaca de la existencia.
Miguel
Acevedo M.
Nota del autor:
este cuento lo escribí hace décadas atrás, cuando tenía unos 19 años. Le hice
unas correcciones mínimas a la redacción, ya que lo que me interesa es mantener
el estilo que tenía en esos años. No me motivaba volver a escribirlo. Pero el
borrador que encontré terminaba en la parte que dice “… se burlan de él y su
desgracia.” Yo sabía que no terminaba ahí este relato, por más años que han
pasado recordaba que concluía con el
protagonista sentado en un escaño de la Alameda… Así que le agregué las tres
últimas líneas, esperando ser fiel al espíritu original del cuento, a pesar del
tiempo transcurrido.
Espero que les haya gustado.
Ale, estimada amiga, gracias por el consejo ;)
ResponderEliminarHa sido más que una grata sorpresa encontrarme con un cuento como este de tu autoría, si bien su tono tan pesimista me sobrecogió. Considero que lograste insuflar en su corta extensión esa visión negativa que muchas veces tienen los jóvenes, en especial cuando se trata de los problemas generacionales. Muy bien escogido el título del relato, que se completa tras ser leída esta obra.
ResponderEliminarEstimado, me alegra que te haya gustado este cuento... es de esa época en que uno se siente en guerra con el mundo adulto, cuando falta tan poco para entrar en él. La relación con mi padre siempre fue buena, pero obviamente las tribulaciones del protagonista aquí simbolizan el choque con los mayores, cuando estás a punto de entrar en el mundo de la esclavitud laboral.
ResponderEliminarSaludos!