El fin de
semana pasado, mientras conversaba por teléfono con mi amigo Mauricio, le
comentaba lo del humo sobre Santiago y me decía que la ciudad ya se había
convertido en Silent Hill. Celebré mucho esta ocurrencia suya, y me inspiró a
escribir estas líneas.
A riesgo de
parecer un nerd que predica su sabiduría a los neófitos, en ese lugar maldito
llamado Silent Hill, cada cierto tiempo suenan unas sirenas que anuncian la
llegada de la oscuridad, tinieblas que también fueron provocadas por un
gigantesco incendio. Y ahí los habitantes deben correr y buscar refugio por su
vida, ya que entre las nubes de cenizas, surgen unos seres infernales, que
infringen castigos brutales a quienes encuentren a su paso. Y no puedo dejar de aclarar que muchos de los
habitantes de Silent Hill son todo menos inocentes.
Así que
este miércoles de nuevo nos cubrió la nube oscura, y la gente volvió a sentir
malestar en los ojos, narices y garganta. Y con mi amigo Mauricio convenimos en
que sólo faltan las sirenas para que el parecido sea más sobrecogedor.
Y si
alguien me dice que también faltan las fuerzas siniestras, las almas en pena y
la culpa, me permitiría contestarle que esos elementos tienen residencia aquí,
hace ya mucho tiempo.
Y esta
noche, la mitad de una Luna amarilla brillaba sobre la ciudad, con sus
presagios.
Bienvenidos a Silent Hill.
Miguel
Acevedo.