“Arthur
Cravan y Lautréamont… y si no hubiera podido tener esos amigos, ciertamente no
me hubiera rebajado a consolarme con otros.”
Guy Debord.
Entre 1846
y 1870, un cometa cruzó el cielo entre Montevideo y París. Isidore Ducasse, el
Conde de Lautréamont, fue una luz fugaz pero potente que encabezó en solitario
una revolución en la literatura francesa y en la poesía mundial. Con un puñado
de obras –sus “Cantos de Maldoror” y sus “Poesías”- encendió la mecha de una
carga explosiva que detonó en la segunda década del siglo XX, cuando las
vanguardias artísticas se tomaron por asalto los códigos y los espacios del
arte burgués, derrotando a los policías encargados de custodiar la pureza
académica de las artes. En esos años breves que comenzaron en 1846, Isidore
Ducasse fue un sol negro que brilló en Europa, y cuyo fuego oscuro sigue allí,
en sus escritos, dispuestos a deslumbrar a quienes se asomen ante sus fulgores
de agujero negro destruyendo la materia más allá de su horizonte de eventos
poético. Hoy los académicos y las revistas culturales, de vez en cuando le
rinden honores a Lautréamont, como asimismo –y sólo en ocasiones- a los
dadaístas y más comúnmente a los surrealistas. Pero el arte infernal de poetas
malditos como Ducasse no se dejará mellar nunca por los cantos de ratas
satisfechas que son los elogios de los poderosos, elogios cínicos que no
reconocen la médula de poemas rebeldes que nunca se dejarán clasificar para
enseñarse como simples deshechos del siglo XIX, como un ismo más. La poesía
pasa de rebelde a rebelde, es iconoclasta, y ninguna clasificación ni estudio
erudito le cortará la potencia de sus alas tenebrosas.
Sigue
cantando Maldoror, más allá de la materia, entre el veneno y los astros. Tu
poesía es un faro revolucionario que nos da la energía necesaria para seguir
viviendo en estos días finales del segundo milenio, en medio de una sociedad
podrida, dominada por el mercado y sus aduladores, donde la gran mayoría de la
gente sólo mira el suelo y cada noche se encierra en sus casas, dándole la
espalda al mar y al bosque, al espacio y su canción infinita.
1999.
Excelente.
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